lunes, 18 de noviembre de 2013

Mi bisabuela

Durante los recuerdos que me asaltan por las noche, me vi envuelta por los brazos fuertes y un poco arrugados de mi bisabuela, yo la veía desde abajo y me acurrucaba en su vientre en busca de refugio, uno que siempre me brindaba. Recuerdo los días de lluvia que corría por el patio como si se tratase de una selva misteriosa, dispuesta a ser domada por mí, una aventurera; después una roca malévola se metía en mi camino cual cocodrilo funesto y me tumbaba con violencia; el llanto atravesaba el pasto crecido y una mujer de ojos claros y pelo cano, corría por aquel selvático lugar, solo para secar mis lagrimas con ternura. Recuerdo como el tiempo volaba a su lado, nunca me di cuenta cuando deje de verla desde abajo, para tener que inclinarme para abrazarla, no sabía si era yo quien había crecido o ella que se había encogido. Todavía a pesar de todo, su regazo era el mas suave para recostarme y sus brazos los más fuertes para estrecharme, pero el tiempo no pasa en vano y poco a poco mi bisabuela fue enfermando más, su sonrisa ya menguaba y su actitud se tornaba cada vez más agria, no sabía ya quien era o donde se encontraba, fue olvidando.
Entonces sus hijos pensaban en hacer algo malo, hacer algo muy feo y cruel. Sin embargo nunca los dejaron, ella no acabaría de la misma forma que su madre, a pesar de que así comenzó. Por mi parte aún la visitaba con una sonrisa en los labios, queriendo siempre platicar con ella y jugar, pero el tiempo se convirtió en mi enemigo al igual que su voluntad; nuestros temperamentos y actitudes tendían a chocar, y siempre terminábamos cayendo en resentimientos, después el disco se le borraba al día siguiente, al principio.
Todo empeoro cuando mis pequeñas hermanas entraron en escena y los fuertes brazos de mi bisabuela se habían debilitado por la falta de calcio y su regazo suave se había endurecido por la falta de piel, provocando malos cuidados, por los cuales temía ausentarme y dejarla con ellas. Sus gestos amargos aumentaron al igual que nuestras peleas, además de que caí en un ataque de nervios al tratarla, me estaba volviendo como ella.
Temí que las cosas se pusieran peores y deje de visitarla, los recuerdos buenos se volvieron ácido, mientras los amargos, eran pan de cada día. Dolía.
Cuando supe que al fin, habían logrado tranquilizarla, me entere de que estaba enferma; caí en culpabilidad, al creer que yo lo había hecho, pero la verdad me fue contada poco después, el motivo de sus amarguras y recelos, al igual que su temperamento incompatible al mío.
Sin embargo era tarde para enmendar algo, pues cuando volví a verla, tardaba cada vez más en recordar mi nombre, quienes eran mis padres o de que le tocaba. Conforme pasaba el tiempo, me fui haciendo a la idea de que un día ya no me recordaría, de que mi bisabuela amorosa y tierna, era ahora una niña.

En el momento en que decidí cerrar la puerta de mis recuerdos, ella me saludo con un beso en la mejilla y seco una pequeña lagrima que resbalaba por mi mejilla con sus gestos tiernos, luego me llamo por otro nombre y me pregunto quienes eran mis padres, yo le sonreí y como acto rutinario le conté de nuevo todo. Mi bisabuela aún me reconoce y así soy feliz, mi presente esta bien, lo
disfrutare.

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